viernes, 30 de septiembre de 2022

¿SÍNTESIS ITALO-ESPAÑOLA?


La silva arromanzada es fusión de lo italiano y lo español


La silva arromanzada, cuya creación se atribuye a Gustavo Adolfo Bécquer en el romanticismo, es una sucesión de versos de arte mayor y menor —generalmente endecasílabos y heptasílabos—, donde solo los versos pares riman —en asonante—.

Se trata, pues, de una combinación del romance y de la silva. El primero es una estrofa popular y típica española (algunos estudiosos creen que procede de los cantares de gesta medievales), con versos octosílabos y rima asonante en los versos pares, a diferencia de la segunda, que es una estrofa de origen italiano. En la silva los versos endecasílabos y heptasílabos se suceden sin ningún orden, y la rima también —siempre y cuando sea consonante—. 


ROMANCE DEL PRISIONERO (Anónimo)


    Que por mayo era, por mayo,

cuando hace la calor,

cuando los trigos encañan

y están los campos en flor,

cuando canta la calandria

y responde el ruiseñor,

cuando los enamorados

van a servir al amor;

sino yo, triste, cuitado,

que vivo en esta prisión;

que ni sé cuándo es de día

ni cuándo las noches son,

sino por una avecilla

que me cantaba el albor.

    Matómela un ballestero;

dele Dios mal galardón.

 

      +

 

A LA ROSA AMARILLA (Francisco de Rioja)

 

   ¿Cuál suprema piedad, rosa divina,

de alta belleza transformó colores

en tu flor peregrina,

teñida del color de los amores

cuando en ti floreció el aliento humano?

   Sin duda fue soberbio amante y necio,

cuidado tuyo y llama,

y tú descuido suyo y su desprecio:

diste voces al aire fiel, en vano.

    ¡Oh triste, y cuantas veces

y cuantas, ay, tu lengua enmudecieron

 lágrimas que copiosas la ciñeron!

    Mas tal hubo deidad, que, conmovida

(fuese al rigor del amoroso fuego,

o al pío afecto del humilde ruego),

borró tus luces bellas

y apagó de tu incendio las centellas:

desvaneció la púrpura y la nieve,

de tu belleza pura

en corteza y en hojas y astil breve.

    El oro solamente,

que en crespos lazos coronó tu frente,

en igual copia dura,

sombra de la belleza

que pródiga te dio naturaleza;

para que seas, oh, flor resplandeciente,

ejemplo eterno y solo de amadores,

sola eterna amarilla entre las flores.

 

          =

 

A UN OLMO SECO (Antonio Machado)

 

  Al olmo viejo, hendido por el rayo

y en su mitad podrido,

con las lluvias de abril y el sol de mayo,

algunas hojas verdes le han salido.

    El olmo centenario en la colina...

    Un musgo amarillento

le lame la corteza blanquecina

al tronco carcomido y polvoriento.

    Antes que te derribe, olmo del Duero,

con su hacha el leñador, y el carpintero

te convierta en malena de campana,

lanza de carro o yugo de carretera;

antes que rojo en el hogar, mañana,

ardas de alguna mísera caseta.

    Antes que el río hasta la mar te empuje

por valles y barrancas,

olmo, quiero anotar en mi cartera

la gracia de tu rama verdecida.

    Mi corazón espera

también hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera.

 

El romanticismo se caracterizó por la exaltación de la libertad, y la silva arromanzada puede interpretarse como una muestra de la libertad métrica, pero entrando en divagaciones, ¿no se puede considerar también una síntesis entre el carácter popular del romance y el carácter culto de la silva?, ¿no cabe entenderla como una síntesis entre poesía española y poesía italiana?



jueves, 22 de septiembre de 2022

DE LA ACENTUACIÓN DE LOS VERSOS ENDECASÍLABOS

Los endecasílabos vacíos pueden tener acento en la quinta y la novena


Como bien saben todos los que se dedican a la poesía, los versos endecasílabos tienen por obligación un acento más que el de la décima sílaba. Hay varios sitios en Internet donde se pueden encontrar tablas muy ilustrativas (como Sobre Arte PoéticoMundopoesía), por lo que no vamos a repetir aquí lo que se dice en ellos. 

El endecasílabo más usado es el VACÍO PURO, que solamente tiene un acento adicional en la sexta sílaba. En uno o dos sitios de la Red se ha comentado en alguna ocasión que este tipo de endecasílabo no ha de permitir que se acentúen las sílabas quinta y novena, pues se pierde ritmo o musicalidad. 

Sin embargo, esta acentuación existe. No es muy común; pero, por citar algunos ejemplos, basten los siguientes: 


Para los acentos en quinta y sexta: 

 

GONZALO PÉREZ (La Ulisea, 1556): 

Libro primero: «Desto de cualquier parte que quisieres». 

Libro segundo (dos versos consecutivos): «Ella ganará cierto grande fama,/ mas tú quedarás solo con deseo». 

 

FRAY LUIS DE LEÓN (1527-1591): 

A Nuestra Señora: «tanto mostrará más su bien crecido». 

 

FRANCISCO DE QUEVEDO (1580-1645): 

Exhortación a la majestad del rey nuestro señor Felipe IV para el castigo de los rebeldes: «hacen el metal rígido obediente».

 

GASPAR PÉREZ DE VILLAGRÁ (Historia de la Nueva México, 1610): 

Canto primero: «Que en la Occidental India remontados». 

Canto segundo: «Sin ningún pavor, miedo ni recelo». 

Canto dieciocho: «De que libertad fuese medianera». 

 

 

Para los acentos en novena y décima: 

 

FRAY LUIS DE LEÓN (1527-1591): 

De la Magdalena: «tú quedas entregada al dolor fiero

Al apartamiento: «otro nadando huye el morir fiero

 

LUIS DE GÓNGORA (1561-1627): 

La dulce boca que a gustar convida (dos versos consecutivos): «que a Júpiter ministra el garzón de Ida,/ amantes, no toquéis, si queréis vida»

 

GASPAR PÉREZ DE VILLAGRÁ (Historia de la Nueva México, 1610): 

Canto primero: «A vuestro sacro Padre y señor nuestro».

Canto cuarto: «Entre tantos disgustos, tener gusto». 




domingo, 18 de septiembre de 2022

ENREDADOS EN LAS REDES (SOCIALES)

 

El límite de caracteres que impone Twitter permite aguzar el ingenio creando aforismos y greguerías.


Una de las cosas más admirables de la época actual es el gran desarrollo de las telecomunicaciones. En particular, entre los enormes progresos que se ven, sobresalen las llamadas redes sociales, que permiten que personas de todo el mundo que no se conocen puedan hablar y enviarse información sin otro trámite que el de apretar unas teclas.

Dos son las redes sociales más famosas: Facebook y Twitter. Aunque Facebook es la que más usuarios tiene, Twitter se lleva la palma: la facilidad que ofrece para ocultar la identidad y para la difusión de lo que allí se publica lo convierten en un medio excelente para que todo llegue a todos, hasta el punto de que no es raro que los periódicos —digitales ya, en su mayor parte— se hagan eco también de lo más notable de la dicha red social.

Entre las particularidades de Twitter se halla la de que cada publicación (tweet, en inglés, que la Academia ha hispanizado con la forma tuit y que nosotros podríamos traducir por ‘trino’) tiene el número de caracteres limitado a 280 (aunque continuamente nos están repitiendo que pronto se aumentarán hasta 4000). Esto se hace, sin duda, para forzar a los miembros de la red social a ser breves. No obstante, quien lo considere un inconveniente, puede sortearlo con gran facilidad, pues bastará que escriba lo que se llama hilo, que permite enlazar varios tweets o trinos y componer discursos más o menos largos.

Sin embargo, también esa brevedad que —todavía— pide Twitter puede verse como una oportunidad de aguzar el ingenio —el literario especialmente—. Así, los usuarios podrían practicar haciendo aforismos (recordemos que, según el Diccionario, aforismo es una «sentencia breve y doctrinal que, en pocas palabras, explica y comprende la esencia de las cosas»):


«El sabio sabe acomodarse a las circunstancias como el agua a la forma del vaso que la contiene».

«Cuanto más ásperamente persigue a uno la fortuna tanto más digno es de mayor misericordia».

«En los casos raros un solo ejemplo hace experiencia».


Más: hasta podrían dedicarse al noble arte de la greguería, término inventado por el escritor español Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), que expresan de manera ingeniosa un pensamiento, humorístico o lírico:


«La leche es el agua vestida de novia».

«Lo más importante de la vida es no haber muerto».

«Todo el mar quiere salvarse en el tablón que flota».

«El filósofo antiguo sacaba la filosofía ordeñándose la barba».


Por desgracia, las publicaciones se usan para insultar a quienes tienen opiniones distintas y para difundir noticias falsas —o, lo que es peor, noticias que son verdades a medias—.

¡Cuánto talento desperdiciado!



viernes, 16 de septiembre de 2022

DESCUBRIENDO EL «AGAMENÓN», DE ESQUILO

 

El coro era un personaje más de la tragedia griega (Buena prueba la hallamos en el Agamenón, de Esquilo). Su importancia llega hasta la Edad Moderna, cuando algunos imitaron esta forma de escribir.


Tenías quince años cuando te interesaste por primera vez en el teatro de los antiguos griegos

Hasta entonces, tu afición al teatro —ya bien definida desde los doce años— solo te había conducido a García Lorca, Shakespeare y Calderón de la Barca. 

Un día, sin quererlo, en un libro sobre literatura general, leíste un artículo sobre la Orestea: una trilogía de un escritor al que no conocías, llamado Esquilo.  

Se componía de las obras tituladas Agamenón, Las coéforas y Las Euménides

El artículo hablaba poco sobre la estructura y argumento de las obras, pero se refería a ellas con tal derroche de elogios que sentiste la necesidad de leerlas, empezando por la primera. 

¡Qué gran sorpresa! 

No había más que dos o tres personajes en cada escena; apenas se movían; abundaban los parlamentos y en los diálogos, cuando los había, cada personaje no solía decir más de una o dos líneas

Pero lo más curioso era el coro con su corifeo. Tuviste la impresión de que era un entrometido, de que no dejaba de incordiar a Clitemnestra, a Agamenón, a Casandra…  Y cuando matan a Agamenón dentro del palacio, se entretiene hablando, en vez de entrar a toda prisa (tiempo más tarde descubrirías que no podía moverse, pues tenía un sitio reservado para él en el teatro). 

Después de Agamenón, leíste Las coéforas y Las Euménides; y después a otros antiguos griegos como Sófocles y Eurípides, y las tragedias de Séneca. 

Y buscaste si en la literatura española alguien había intentado imitar aquel teatro que consideraste tan extraño, con su extraño coro. Y encontraste que fueron unos pocos autores. Entre ellos, Jerónimo Bermúdez, con Nise lastimosa y Nise laureada; y Cristóbal de Virués, con Dido Elisa, pero sus coros apenas hablan con los personajes y su función principal es señalar el paso de un acto a otro. 

 


martes, 13 de septiembre de 2022

¿DIÁLOGO INÚTIL?

 

El teatro no permite eliminar los diálogos, como en la prosa


Supongamos un pequeño fragmento de un relato o novela como el siguiente: 


[***] 

¡No!, ¡no! y ¡no!... Porque lo digo yo, que soy el que sabe. 

¿El que sabe? ¿El que sabe qué? 

Estuvieron a punto de llegar a las manos, pero, por fortuna, estaba allí mi madre para detenerlos. Después intentó calmar los ánimos hablando del tiempo, pero no lo logró del todo. 

Unos minutos más tarde, se acercó al grupo un desconocido… 

[***] 


Nótese que el diálogo es interrumpido por una descripción de diálogo. El narrador nos dice que hablaron del tiempo, pero no nos informa de las palabras exactas. Como todos hemos sido testigos de discusiones, no cuesta mucho imaginarse en abstracto lo acontecido: invectivas, silencios, cambios de tema frecuentes por parte de la madre… pero a la hora de concretar, la cosa cambia. El autor teatral (y el guionista, si el relato o novela fueran convertidos en película) deberían escribir este diálogo en su totalidad (salvo que la conversación que condujo a la situación no fuera importante y toda la escena se pudiera suprimir e incluir narrada en otra). Por ejemplo: 

 

HOMBRE I.  ¡No!, ¡no! y ¡no!... Porque lo digo yo, que soy el que sabe. 

HOMBRE II.  ¿El que sabe? ¿El que sabe qué? 

(Se disponen a pelear, pero la MADRE los detiene)

MADRE.  ¡Bueno, ya basta! Hemos venido aquí a descansar, no a discutir. (Pausa. Se acerca a la ventana). Parece que va a llover. 

HOMBRE I.  El meteorólogo de la televisión dijo que no llovería 

HOMBRE II.  (Irónico). Los que se tienen por muy expertos a veces se equivocan. 

(Pausa)

MADRE.  A mí me gusta que llueva… No sé… llamadme rara, pero ya desde pequeña me gustaba: las nubes negras, las gotas golpeando los cristales y el suelo… 

HOMBRE I.  ¡Los hay mucho más raros que tú! 

HOMBRE II.  Sí, tan raros que creen que puede llover a gusto de todos. 

(Pausa). 

MADRE.  ¿Habéis traído paraguas? 

HOMBRE I.  Yo siempre traigo uno plegable en el maletín. 

HOMBRE II.  ¡Qué previsor! Si lo hubieses sido cuando…  

MADRE.  (Interrumpiendo). ¡He dicho que ya basta! 

HOMBRE II.  Bien, bien… 

 (Pausa)

MADRE.  (Al HOMBRE II). ¿Tú no trajiste paraguas? 

HOMBRE II.  No. 

MADRE.  ¿Y cómo piensas volver si empieza a llover? 

HOMBRE II. — Esperaré. Nunca llovió que no escampara. 

 (Pausa). 

DESCONOCIDO.  (Acercándose). Buenas noches, disculpen que los interrumpa… 

 

Es una de las peculiaridades que separa la prosa (y la poesía) del teatro: permite obviar diálogos aparentemente intrascendentes para la trama, diálogos que, sin embargo, suceden en la vida real. ¿Cuántas veces en una conversación se salta de un tema a otro, o se pierde durante algunos momentos el tema principal? 



domingo, 11 de septiembre de 2022

TODO ES GUERRA


Todo es guerra y conflicto, hasta en lo literario


EL CONFLICTO LITERARIO

Un tópico que se suele repetir es el de que a nadie le interesa que le cuenten la vida de una persona totalmente feliz, que lo esencial de una obra literaria es el conflicto.

Tal tópico, sin duda, trae causa de que el conflicto es inherente a la vida humana: ora el conflicto del individuo con los demás (con otros seres humanos o con la madre naturaleza, que a veces se vuelve madrastra, o con la tecnología, que sirve tanto para facilitarnos la vida como para destruirla); ora el conflicto del individuo consigo mismo (sus dudas, temores, recelos, miedos, esperanzas frustradas y deseos).

Tanta importancia se le atribuye al conflicto que los escritores —y las obras— que han tratado de evadir o de disimular el conflicto, aunque granjeen fama y gloria, acaban convirtiéndose en meras piezas de museo. Así, el francés Claude Simon, ganador del premio Nobel, escribió la novela titulada Las Geórgicas. Dicho autor, como buen representante de lo que se llamaba el noveau roman, pretendía acabar con la idea de que la novela consiste en unos personajes que comienzan una aventura y que, tras un desarrollo, llegan a un desenlace (idea que, curiosamente, coincide con la división tradicional de los tres actos del género dramático). En Las Geórgicas, que es la obra más famosa del movimiento, se cuenta la vida de tres individuos pertenecientes a tres épocas —la revolución francesa, la guerra civil española y la segunda guerra mundial—, pero de manera tan peculiar que le ha pasado lo mismo que al Ulises de James Joyce, otra famosa novela también convertida en pieza de museo: que gran número de lectores no puede terminarla nunca. ¿A quién no se le han atragantado la superposición de las historias de los personajes, que llegan en algún momento a no distinguirse las unas de las otras, y las inacabables descripciones de la naturaleza? Es este último aspecto, el de la descripción de la naturaleza, lo que más se ha elogiado de la curiosa producción simoniana, pero, al igual que los disparates de algunos monólogos del Ulises joyciano, no basta para mantener el interés del lector hasta el final.



EL OTRO CONFLICTO LITERARIO

El conflicto es inherente a la vida humana y a las obras literarias, sí; aunque, relacionado con esto, hay otro aspecto que se nos suele pasar por alto y que es muy curioso: que en el ámbito literario no solo hay conflicto en lo que toca a la historia que se cuenta; sino que también se plantean conflictos entre los varios géneros literarios, ya que la frontera entre unos y otros no siempre está clara.

Así, por ejemplo, dentro del género teatral, ¿alguien puede distinguir con precisión la comedia de la farsa o aun la comedia de la tragedia?

De la naturaleza conflictiva de la literatura y de los géneros literarios ya se percataron nuestros escritores clásicos. Sin apartarnos de la materia teatral, Fernando de Rojas lo expresó brillantemente al preparar la nueva edición de la Celestina:

«Todas las cosas ser criadas a manera de contienda o batalla dice aquel gran sabio Heráclito en este modo: “Omnia secundum litem fiunt”. Sentencia, a mi ver, digna de perpetua y recordable memoria. […] Y pues es antigua querella y visitada de largos tiempos, no quiero maravillarme si esta presente obra ha sido instrumento de lid o contienda a sus lectores para ponerlos en diferencias, dando cada uno sentencia sobre ella a sabor de su voluntad. […] Otros han litigado sobre el nombre, diciendo que no se había de llamar comedia, pues acababa en tristeza, sino que se llamase tragedia. El primer autor quiso darle denominación del principio, que fue placer, y llamola comedia. Yo viendo estas discordias, entre estos extremos partí ahora por medio la porfía, y llamela tragicomedia».

Y dentro del género narrativo sucede lo mismo: ¿alguien puede distinguir claramente una novela de un cuento o un cuento de un relato? ¿Acaso las primeras novelas de la historia, inventadas por los italianos e imitadas por Cervantes, no se parecían más a los meros relatos?

Por el contrario —y paradójicamente—, en la época moderna se tiende a concebir la novela como una narración larga. Así, según Forster, una novela es toda historia compuesta en prosa con más de cincuenta mil palabras. Pero quizás anduvo más acertado otro premio Nobel, Camilo José Cela, que definió novela como «todo aquello que, editado en forma de libro, admite debajo del título la palabra novela».

Y decimos que quizás el español anduviese más acertado porque no solo es confusa la diferencia entre los diversos géneros dramáticos y narrativos, sino, además, entre el drama y la narrativa. La propia Celestina, a la que nos hemos referido, escrita toda ella en forma dialogada, hoy se califica de novela dialogada (por su gran extensión, ya que su representación duraría más de seis horas), y también se cuentan en el número de novelas dialogadas obras parecidas, como la Comedia Florinea, de Juan Rodríguez Florián; la Dorotea, de Lope de Vega, y aun otras más recientes como El abuelo o Realidad, de Benito Pérez Galdós. Pero, en el fondo, ¿alguien puede afirmar que, porque una obra de teatro dure más de seis horas, pierde la condición de obra de teatro?



sábado, 10 de septiembre de 2022

EL BLOG Y LOS BLOGUES

 

Blog es anglicismo, pero se considera necesario.


¿Debemos llamar blog a esta especie de página en la que estamos escribiendo?

En el mundo actual sufrimos la invasión de los anglicismos: el inglés, a causa de la victoria estadounidense en la II Gran Guerra, se ha convertido en la lengua de comunicación internacional, como antes lo fue el francés y mucho antes el latín. En consecuencia, buen número de términos ingleses se han difundido por todo el mundo. Uno de ellos es blog, que designa el ‘sitio electrónico en el que se publican opiniones o información diariamente o con cierta frecuencia’.

Desde siempre, una de las cosas que se ha dicho que deben procurar los escritores, mucho más que el resto de los hablantes, es usar el idioma adecuadamente y no introducir extranjerismos innecesarios, esto es, salvo cuando el término extranjero no tenga voz correspondiente en el idioma que lo recibe (en nuestro caso, en el español).

Blog se cuenta, precisamente, entre los términos que no suelen tacharse de innecesarios. Es verdad que, para traducirlo, se han inventado ciberdiario y cuaderno de ciberbitácora (o, abreviadamente, ciberbitácora y bitácora); pero muchos críticos rechazan tales neologismos por poco claros, ya que, si bien se considera, ciberdiario suena a periódico electrónico; y (cuaderno de) ciberbitácora y sus derivados traen a la mente el diario de un viaje (por mar o por el ciberespacio).

Lo que sí que deberíamos tener muy en cuenta es, al usar blog, darle el plural blogues, no blogs, ya que en español no hay tal clase de plurales: todos los que corresponden a vocablos terminados en consonante se han en –es (manantial-manantiales, dragón-dragones, poder-poderes, etc.).



viernes, 9 de septiembre de 2022

MADUREZ LITERARIA

 

De joven uno escribe mucho, de mayor propende a corregir más y sin parar


Lejanos quedan ya aquellos años en que llenabas cuartillas fácilmente. 

La juventud, con su impulso creador, se ha ido desvaneciendo poco a poco, y lo peor es que no aciertas a ponerle fecha al momento en que empezaste a notarlo. 

Ahora, componer poemas, describir paisajes o escribir un diálogo teatral te cuesta más que arar la tierra a tus abuelos (¡qué recuerdos, que también se desvanecen!). Las ideas se agotan casi de inmediato: en unos pocos versos, en unas pocas líneas dices lo que quieres transmitir, cuando hace años habrías sido capaz de escribir varias hojas.

Y la pérdida del impulso creador no ha sido todo. Lo ha reemplazado el impulso corrector. El fantasma de Horacio, que leía mil veces lo escrito y mil veces lo borraba, ha ido ocupando el espacio dejado por las ideas frescas y originales. 

Cada cierto tiempo relees las obras que has escrito y siempre les encuentras algún fallo: un ripio en un soneto, una contradicción en la trama policíaca, una salida poco natural de los personajes del escenario… 

¿Por qué no reparé en ello la vez anterior? te preguntas. Hace un año encontré tales errores; hace dos años, otros distintos… 

Y te asustas. Oyes en tu mente las palabras que tantos autores oyeron: «¡Dedícate a otra cosa!». 

Pero ¿cómo voy a dedicarme a otra cosa? ¿Cómo abandonar después de tantos años? La literatura es mi pasión; mi única afición… Yo, que soñaba con que la gente leyera mis obras, ¿voy a renunciar a mi sueño así, sin más? ¿Acaso puedo dejarlo como dejé los juguetes cuando llegué a la adolescencia? ¿Qué o quién me devolverá todo el tiempo que he invertido en escribir

Entonces tu alma grita: «¡No!, ¡no!, ¡no!». 

Y sales a la calle a despejar la cabeza, a intentar olvidar tus negros pensamientos. 

Quieres ir al parque, pero el instinto te guía a la biblioteca. Ves todos esos libros entre los que soñabas que algún día estuvieran los tuyos. 

Y, tras ojear unos y otros, encuentras unas frases que te animan: 

«Ya no me gustaba escribir por escribir, ni escribía con facilidad, esa facilidad que es incompatible con el escritor, y cuando existe el escritor deja existir ella».a  

¡Benditas palabras que te mueven a pensar que todo ha merecido la pena! 

 

 

aEnrique Jardiel Poncela. Usted tiene ojos de mujer fatal. Angelina o el honor de un brigadier. Edición de A.A. Gómez Yebra. Clásicos Castalia (1995). Pag 15. 




DE LA NOVELA AL CINE PASANDO POR EL TEATRO

 

La novela se puede llevar al cine sin las dificultades que ofrece el teatro


De entre los tres géneros literarios —poesía, narrativa y teatro—, la narrativa es la más popular hoy en día, y dentro de ella, sobresale la novela. Basta con darse una vuelta por las librerías y grandes centros comerciales para encontrar estanterías llenas de novelas históricas, policíacas, de terror, fantásticas… 

Incontables de estas novelas han sido adaptadas al cine. 

En cierta manera, cuando leemos una novela, nuestra mente imagina la película correspondiente. El escritor, mediante los diálogos y las descripciones —de paisajes, personajes y estados de ánimo— nos induce a «producir» la película de su novela. En el cine, por el contrario, ya se nos da producida. 

La televisión e Internet han favorecido mucho la difusión de las películas, y por ende, que se deje de leer, pues todos preferimos que nos den las cosas hechas a hacerlas personalmente. Además, estas películas suelen durar una hora y media o dos horas —aunque ello implique recortar o modificar la novela— y nos ahorra un tiempo que a veces puede extenderse hasta cinco horas de lectura. 

El cine, en apariencia, guarda cierta relación con el teatro: hay personajes que se mueven y hablan, y decorados. No obstante, lo aventaja en muchos aspectos, entre los cuales podemos señalar: 

. Las películas se producen una vez y no es necesario repetir las representaciones. Excepción a esto lo constituye la grabación de obras teatrales para su difusión por televisión o por Internet.

En las películas se puede cambiar de decorado con facilitad: las obras dramáticas procuran tener un único decorado o uno por acto, a causa de la dificultad de cambiarlos. Casos como Götz von Berlichingen de Goethe y El gran mercado del mundo de Calderón de la Barca no serían representados con todos los decorados requeridos, sino que se representarían en el escenario oscuro mediante juegos de luces.

Se pueden incorporar efectos especiales que ni de lejos se verían en el teatro.

El mayor inconveniente del cine es el elevado costo de producción, unido a la necesidad de coordinar a mayor cantidad de gente que en las compañías teatrales.

Sin embargo —y por el momento—, la gran pantalla no es capaz de reproducir artificios literarios como el Ulises de Joyce o Cristo versus Arizona de Camilo José Cela… y ha de resaltarse lo de «por el momento», porque con el impresionante desarrollo tecnológico de los últimos años ¿quién sabe lo que sucederá dentro de un decenio? 



miércoles, 7 de septiembre de 2022

LAS MUSAS

 

Había nueve musas. La mayor parte representaba la poesía.


Como fácilmente se puede hallar en Internet, las musas (diosas de las artes y compañeras de Apolo) en la época clásica eran nueve


POESÍA: Calíope (poesía épica), Erato (poesía lírica y amorosa) y Polimnia (himnos y poesía sacra).

TEATRO: Talía (comedia y poesía pastoril) y Melpómene (tragedia). 

OTROS: Clío (historia), Euterpe (música), Terpsícore (danza) y Urania (astronomía). 


Cada una tenía ciertos atributos que permitían distinguirla de las otras en las representaciones pictóricas o escultóricas (por ejemplo, Urania disponía de una esfera terráquea y un compás; Erato, de una cítara; Melpómene, de la máscara de la tragedia y a veces de una espada…). Eso no ha disuadido a algunos artistas de representarlas muy libremente, como por ejemplo, Simón de Vos (1603-1676), en cuyo cuadro no solo las diosas aparecen con atributos anacrónicos, sino que hasta se ve al mismísimo Apolo tocando un violín. 


Fuente: Wikimedia Commons


La misma extravagancia se halla en esta obra de Eustache Le Sueur  (1616–1655), titulada Melpómene, Erato y Polimnia: 


Fuente: Wikipedia


Obsérvese que la poesía es el arte que más musas tiene: tres (o cuatro si se suma Talía); mientras que para la novela no hay propiamente ninguna. Se podría atribuir a Calíope (si la narrativa se considera una especie de género épico). 

Compárese esto con el poco teatro y la poca poesía que se publican hoy en día, y con la ingente cantidad de novelas que producen las imprentas. No deja de ser curioso.