CERVANTES, CLASICISTA
La gran vocación de Miguel de Cervantes fue el teatro. Él mismo dijo que había compuesto muchas obras (entre veinte y treinta) antes que Lope de Vega triunfase con su arte nuevo de hacer comedias. Por desgracia, casi todas se han perdido. Es cierto que en 1615 publicó una recopilación de obras dramáticas titulada Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados; pero, como confiesa al principio de dicha recopilación, estas obras las compuso después de alzarse Lope de Vega con la monarquía cómica y ningún empresario se las aceptó.
Las ocho comedias que contiene este volumen son El gallardo español (sobre un cristiano que pasa a combatir al lado de los musulmanes), La casa de los celos (sobre las aventuras del mítico caballero franco Roldán y sus compañeros), Los baños de Argel (sobre varios cristianos que caen presos de los turcos y son enviados a la ciudad norteafricana), El rufián dichoso (sobre cómo Cristóbal de Lugo se arrepiente de su mala vida y abraza la religión), La gran sultana (sobre los amores de la cristiana Catalina de Oviedo con el sultán turco), El laberinto de amor (historia de una dama calumniada en cuya defensa solo sale un caballero desconocido), La entretenida (comedia de capa y espada en la que se mezclan dos tramas amorosas de personajes nobles y los amoríos y tejemanejes de una criada) y Pedro de Urdemalas (que cuenta varias aventuras de este personaje popular, en particular, lo que le ocurre con un grupo de gitanos). Cervantes también afirmó que estaba a punto de finalizar otra —titulada El engaño a los ojos—, a la que debió de pasarle lo mismo que a la segunda parte de La Galatea: que nunca la terminó.
De las compuestas con anterioridad a estas ocho (y que podemos llamar prelopistas o, con más propiedad, clasicistas, porque procuran respetar, siquiera laxamente, las tres unidades aristotélicas, con las que Lope de Vega rompió) conocemos el título de unas cuantas: La Numancia, La batalla naval, La Jerusalén, El trato de Argel, La gran turquesca, El bosque amoroso, La Amaranta o la del mayo, La confusa, El trato de Constantinopla y muerte de Selim, La única y La bizarra Arsinda (estas dos últimas probablemente sean una sola: La única y bizarra Arsinda).
Además, por suerte para nosotros, desde el siglo XIX hasta hoy se han hallado los manuscritos de algunas de esas obras: el de El trato de Argel (de argumento muy similar al de Los baños de Argel) y el de La Numancia (que, como el mismo título dice, trata de la conquista de esta antigua ciudad española por los romanos). De La Jerusalén también se ha hallado un manuscrito anónimo que se sospecha que es la obra a la que se refería Cervantes. Se basa esta obra en la Jerusalén liberada del italiano Torquato Tasso, que fue muy famosa en su época.
Pero ¿y las demás comedias cuyo título da Cervantes? ¿Y las que faltan hasta sumar veinte o treinta? ¿Se han perdido irremediablemente?
COMEDIAS NUEVAS QUIZÁ NO TAN NUEVAS
Algunos críticos suponen que Cervantes nunca destruyó ni renunció a su teatro clasicista, sino que lo aprovechó para su producción posterior, bien mediante el mero cambio de título, bien mediante la refundición de la obra.
Así, se ha dicho que la hoy perdida obra El bosque amoroso es ni más ni menos que La casa de los celos de 1615, y ello no solo porque la acción transcurre en un bosque, sino, sobre todo, por la gran cantidad de quintillas, versos largos y figuras alegóricas que salen a escena, lo cual era propio de los clasicistas. Además, según los estudios hechos al texto, parece que la obra tenía originalmente cuatro actos (y no tres), lo que era propio también del teatro anterior a Lope de Vega.
Similares argumentos estilísticos y métricos fundan el identificar La confusa con El laberinto de amor, a lo que se añade que en el texto de El laberinto de amor se hallan muy usados el vocablo confuso y sus derivados. Por otra parte, se sospecha que, como el propio Cervantes siempre estimó La confusa como una de sus mejores obras, quisiera dejarla íntegramente para la posteridad.
También se cree que La gran turquesca es La gran sultana (aunque muy probablemente refundida, pues hay menciones en la obra publicada en 1615 que la sitúan en época cercana a esa fecha y que podrían traer causa de añadidos e interpolaciones que Cervantes hizo para modernizar su primitiva comedia y que pareciese más atractiva al público al que Lope de Vega se había ganado).
Por otra parte El rufián dichoso, por su estructura y versificación, también parece una obra del período clasicista: el inmenso primer acto puede dividirse en dos y, si suprimimos el conocidísimo cuadro del principio del acto segundo (el diálogo entre la Curiosidad y la Comedia sobre cómo la comedia ya no respetaba las reglas clasicistas, y que se nota que es totalmente superfluo), nos queda una comedia de cuatro actos simétricos. A esto solo obsta el que el primer acto de la comedia de 1615 transcurra en España y los otros dos en México, ya que, según los clasicistas, la acción no debía transcurrir en lugares muy separados ni durante mucho espacio de tiempo; pero se salva tal dificultad si pensamos que la comedia está refundida y que el texto original quizás trataba de otra cosa o bien que lo que hizo Cervantes fue pegar dos partes distintas de dos comedias anteriores suyas.
También se ha dicho por algunos críticos que La entretenida es obra del primer período. Para la mayor parte de los estudiosos, por el contrario, pertenece a la época posterior (por la métrica y aun por ciertas alusiones que supuestamente se hacen a Lope de Vega); aunque lo cierto es que podría ser una refundición, ya que por la estructura que tiene y el respeto de las tres unidades dramáticas (transcurre en varias partes de Madrid en dos días aproximadamente) parece totalmente clasicista. Hay algún crítico que asegura que esta y no El laberinto de amor sería La confusa.
Respecto de Los baños de Argel, algunos han dicho que, aunque es versión muy mejorada de El trato de Argel, su estructura es la de una obra típicamente clasicista. Podría ser una versión de El trato de Argel que el mismo Cervantes pudo haber hecho en sus primeros años de dramaturgo para explotar la misma historia que desarrolló en la otra (recordemos que el mismo asunto morisco lo repite también en el Quijote) y que muchos años después ofreció a la imprenta, quizás sin retoques siquiera, ya que podía pasar por una comedia de las «modernas».
Respecto de las demás comedias publicadas en 1615 suelen considerarse escritas poco antes de ese año; si bien, de la misma manera que las que hemos mencionado en los párrafos precedentes, que son las que más se han estudiado, también podrían ser refundiciones de obras del período clasicista.
Con eso y todo, sumadas todas estas obras (La Numancia, El trato de Argel y La Jerusalén más las ocho comedias de 1615), tendríamos once. ¿Dónde están las demás que nos faltan hasta llegar a un número de entre veinte y treinta?
LAS NOVELAS «TEATRALES»
Algún crítico cree haber hallado el resto de la producción clasicista de Cervantes ni más ni menos que en las Novelas ejemplares: una colección de doce novelitas cortas, compuestas a la manera en que las hacían los italianos, publicadas en 1613.
Según esta teoría, Cervantes debía de tener escritas unas pocas novelas que no le daban para formar un libro, por lo que acudió a novelizar obras teatrales suyas.
¿En qué se funda quien sostiene tal teoría? Pues que en el libro hay cuatro novelas en las que pasan o se cuentan demasiadas cosas (Rinconete y Cortadillo, El coloquio de los perros, El casamiento engañoso y El licenciado vidriera) y que no pueden llevarse a las tablas; pero las ocho restantes (El amante liberal, La española inglesa, La gitanilla, Las dos doncellas, La fuerza de la sangre, La ilustre fregona, La señora Cornelia y El celoso extremeño), con algunas supresiones, son bastante teatrales y pueden imaginarse escénicamente sin dificultad. Esta teatralidad la corrobora un coetáneo suyo: el misterioso autor del Quijote apócrifo, Alonso Fernández de Avellaneda, que, burlándose de Cervantes, dice que las novelas de este eran comedias en prosa. Y es obvio, por otra parte, que a don Miguel le costaría mucho menos trabajo adaptar sus comedias que inventar novelas nuevas para «llenar espacio» en el libro.
Así, si a las once comedias que tenemos les sumamos las ocho novelas ejemplares «teatrales», nos salen diecinueve: casi habríamos recompuesto la producción dramática perdida del escritor español más importante de todos los tiempos.
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