viernes, 17 de enero de 2025

LA GRAN HISTORIA PERDIDA DE LA HUMANIDAD


Es un tópico decir que la mayor parte de la historia humana se ha perdido al no haberse escrito.

Dado que la escritura comenzó hace 3000 o 4000 años, pudiera parecer que la mayor parte de lo que hizo el ser humano antes de esas fechas se ha perdido irremediablemente. Esta idea (o similar), que difunden a trote y moche las redes sociales, se ha convertido en una especie de tópico de la gente culta, que se ha convencido de que, en el fondo, a pesar de los progresos de las ciencias, no sabemos nada de nuestros antepasados más remotos ni de cómo se desenvolvieron las primeras civilizaciones, que no por ser las primeras serían pocas en número.

Pero eso no es verdad... O no es verdad del todo.

Indudablemente, sobre los hechos anteriores a los que se hallan documentados solo cabe hacer conjeturas basándonos en restos arqueológicos; pero no debemos olvidar que para los hombres primitivos, aun durante muchísimos siglos después de inventarse la escritura, lo importante era la tradición oral.

¿Y qué queda de la historia más primitiva en la tradición oral? Los mitos.

Por lo general, suele creerse que los mitos son narraciones fabulosas que tratan de explicar el origen del mundo o de los fenómenos naturales; pero estos son solo una parte. Otros cuentan complicadas historias de peleas y amores entre dioses y hombres (en las que se mezclan fundaciones de reinos y ciudades e instauración de costumbres y aun de prácticas médicas); y es muy probable que los mitos de esta segunda clase recojan, aunque corrompida por el paso de boca en boca durante milenios, esa parte de la historia que se considera perdida. Así, por ejemplo, es muy creíble que el dios egipcio Osiris fuera uno —o varios— de los reyes más importantes de aquellas épocas, el cual llevó a su pueblo a cotas de progreso desconocidas hasta entonces y que por eso se lo divinizó, y lo mismo debió de ocurrir con Zeus y con buena parte de los dioses de los griegos, asirios y babilonios, cuyas vidas, llenas de episodios novelescos, hacen pensar en hombres que existieron realmente. Así hasta lo entendieron algunos de la Edad Antigua, como el filósofo del siglo IV a. C. Evémero de Mesana (quien escribió una obra, La inscripción sagrada, en la que relata un viaje a una isla imaginaria en la que se descubre que los reyes de dicha isla habían sido las divinidades del panteón griego, a quienes, en agradecimiento por sus magníficos reinados, se los había divinizado) y el autor de la Crónica de Paros (donde se ponen hasta fechas a varios de esos acontecimientos, algunas coincidentes con los cálculos de la arqueología); y así lo sostuvieron también los padres de la Iglesia, como san Agustín en su célebre obra La ciudad de Dios.



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