Una de las cosas que llama la atención al leer a Shakespeare la primera vez, aparte de la larga duración de sus obras, es que estas se hallan divididas en cinco actos en vez de en los tres a que estamos acostumbrados.
Y, si leemos a otros contemporáneos de Shakespere (como Christopher Marlowe o Robert Greene), comprobaremos que sucede lo mismo: sus piezas dramáticas también tienen cinco actos.
Y lo mismo observaremos si leemos a otros dramaturgos de los siglos XVI y XVII de otras partes de Europa, como Italia y Francia.
Porque lo común entonces era que las obras dramáticas se dividiesen no en tres, sino en cinco actos.
¿Y por qué?
Porque así se hacía en el teatro griego y, a imitación de este, en el romano.
En las antiguas tragedias y comedias griegas había, además de los personajes que recitaban, un coro, que cantaba. Durante la representación, dicho coro intervenía mucho, pero lo hacía de manera particularmente extensa cuatro veces, para simular el paso del tiempo, lo que dividía de facto la obra en cinco partes (los famosos cinco actos). Con el tiempo, en las comedias el coro fue desapareciendo y su lugar lo ocupó un músico que simplemente tocaba un instrumento, con lo que la separación entre los actos se volvió más notable.
Y ni que decir tiene que, siendo la civilización europea hija de la grecorromana, dicho modelo se generalizó, sobre todo por obra y gracia del Renacimiento, que propugnaba la vuelta a los modelos de la Antigüedad.
Según los teóricos, la acción en cinco actos seguían este esquema: exposición, acción ascendente, clímax, acción descendente y resolución.
Quienes rompieron con dicha convención, y con muchas otras de las convenciones dramáticas recibidas de los griegos, fueron los dramaturgos españoles del siglo XVI, que empezaron reduciendo a cuatro los actos, y con Lope de Vega (1562 - 1635) se acabaron fijando en tres, correspondientes a la estructura de planteamiento, nudo (o desarrollo) y desenlace. El haber alcanzado España entonces la hegemonía universal en aquella época contribuyó no poco a difundir la división tripartita de la obra dramática, si bien no debe olvidarse que dicha estructura también triunfó por su sencillez y, sobre todo, por ser más fácil de entender por los espectadores.
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