TÚ. — ¿No tienes nada que contar a los amables lectores sobre el tema que da título a la entrada de hoy?
YO. — Sí: que la fuerza del agua no está en la taza, sino en el cuchillo. Que mis gafas no cayeron en la viña por culpa del papel, sino por la mosca del elefante. No hay sal, no hay hierba. Ayer mi poder se tornó negro como el azabache, como el cosmos sin estrellas. El gris en que ellos creen no los alimenta a ellos, ni a mí, ni a ti… El gris de las baldosas lo ha sustituido. No hay mar, no hay rosa; solamente el día. En medio de sus lecturas encuentro un tesoro que ellos no podrán gastarse. Me lo gastaré en el agua del mar y en el agua de la rosa. Ellos me mirarán con estupor cuando yo me lo gaste y yo los miraré con estupor cuando vea que no pueden gastárselo. Todos estupefactos al igual de la taza, del gris y de la sal sin hierba.
TÚ. — (Al lector). Queda claro, ¿verdad?
NOTA: Pueden verse más ejemplos de escritura automática aquí.
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