EL CONFLICTO LITERARIO
Un tópico que se suele repetir es el de que a nadie le interesa que le cuenten la vida de una persona totalmente feliz, que lo esencial de una obra literaria es el conflicto.
Tal tópico, sin duda, trae causa de que el conflicto es inherente a la vida humana: ora el conflicto del individuo con los demás (con otros seres humanos o con la madre naturaleza, que a veces se vuelve madrastra, o con la tecnología, que sirve tanto para facilitarnos la vida como para destruirla); ora el conflicto del individuo consigo mismo (sus dudas, temores, recelos, miedos, esperanzas frustradas y deseos).
Tanta importancia se le atribuye al conflicto que los escritores —y las obras— que han tratado de evadir o de disimular el conflicto, aunque granjeen fama y gloria, acaban convirtiéndose en meras piezas de museo. Así, el francés Claude Simon, ganador del premio Nobel, escribió la novela titulada Las Geórgicas. Dicho autor, como buen representante de lo que se llamaba el noveau roman, pretendía acabar con la idea de que la novela consiste en unos personajes que comienzan una aventura y que, tras un desarrollo, llegan a un desenlace (idea que, curiosamente, coincide con la división tradicional de los tres actos del género dramático). En Las Geórgicas, que es la obra más famosa del movimiento, se cuenta la vida de tres individuos pertenecientes a tres épocas —la revolución francesa, la guerra civil española y la segunda guerra mundial—, pero de manera tan peculiar que le ha pasado lo mismo que al Ulises de James Joyce, otra famosa novela también convertida en pieza de museo: que gran número de lectores no puede terminarla nunca. ¿A quién no se le han atragantado la superposición de las historias de los personajes, que llegan en algún momento a no distinguirse las unas de las otras, y las inacabables descripciones de la naturaleza? Es este último aspecto, el de la descripción de la naturaleza, lo que más se ha elogiado de la curiosa producción simoniana, pero, al igual que los disparates de algunos monólogos del Ulises joyciano, no basta para mantener el interés del lector hasta el final.
EL OTRO CONFLICTO LITERARIO
El conflicto es inherente a la vida humana y a las obras literarias, sí; aunque, relacionado con esto, hay otro aspecto que se nos suele pasar por alto y que es muy curioso: que en el ámbito literario no solo hay conflicto en lo que toca a la historia que se cuenta; sino que también se plantean conflictos entre los varios géneros literarios, ya que la frontera entre unos y otros no siempre está clara.
Así, por ejemplo, dentro del género teatral, ¿alguien puede distinguir con precisión la comedia de la farsa o aun la comedia de la tragedia?
De la naturaleza conflictiva de la literatura y de los géneros literarios ya se percataron nuestros escritores clásicos. Sin apartarnos de la materia teatral, Fernando de Rojas lo expresó brillantemente al preparar la nueva edición de la Celestina:
«Todas las cosas ser criadas a manera de contienda o batalla dice aquel gran sabio Heráclito en este modo: “Omnia secundum litem fiunt”. Sentencia, a mi ver, digna de perpetua y recordable memoria. […] Y pues es antigua querella y visitada de largos tiempos, no quiero maravillarme si esta presente obra ha sido instrumento de lid o contienda a sus lectores para ponerlos en diferencias, dando cada uno sentencia sobre ella a sabor de su voluntad. […] Otros han litigado sobre el nombre, diciendo que no se había de llamar comedia, pues acababa en tristeza, sino que se llamase tragedia. El primer autor quiso darle denominación del principio, que fue placer, y llamola comedia. Yo viendo estas discordias, entre estos extremos partí ahora por medio la porfía, y llamela tragicomedia».
Y dentro del género narrativo sucede lo mismo: ¿alguien puede distinguir claramente una novela de un cuento o un cuento de un relato? ¿Acaso las primeras novelas de la historia, inventadas por los italianos e imitadas por Cervantes, no se parecían más a los meros relatos?
Por el contrario —y paradójicamente—, en la época moderna se tiende a concebir la novela como una narración larga. Así, según Forster, una novela es toda historia compuesta en prosa con más de cincuenta mil palabras. Pero quizás anduvo más acertado otro premio Nobel, Camilo José Cela, que definió novela como «todo aquello que, editado en forma de libro, admite debajo del título la palabra novela».
Y decimos que quizás el español anduviese más acertado porque no solo es confusa la diferencia entre los diversos géneros dramáticos y narrativos, sino, además, entre el drama y la narrativa. La propia Celestina, a la que nos hemos referido, escrita toda ella en forma dialogada, hoy se califica de novela dialogada (por su gran extensión, ya que su representación duraría más de seis horas), y también se cuentan en el número de novelas dialogadas obras parecidas, como la Comedia Florinea, de Juan Rodríguez Florián; la Dorotea, de Lope de Vega, y aun otras más recientes como El abuelo o Realidad, de Benito Pérez Galdós. Pero, en el fondo, ¿alguien puede afirmar que, porque una obra de teatro dure más de seis horas, pierde la condición de obra de teatro?
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