viernes, 30 de agosto de 2024

SOMOS LO QUE HACEMOS REPETIDAMENTE


El escritor escribe casi por hábito, por lo que no podrá nunca dejar de escribir.


Alguna que otra vez has pensado en dejar de escribir.

No han sido muchas, ciertamente, porque no eres de los que a la primera dificultad se rinde…

Pero es inevitable que te asalte la tentación: te paras a pensar que llevas ya bastantes años escribiendo —te lo notas en las muchas canas que te han salido— y que aún no consideras tu trabajo digno de publicar.

Entonces das en que quizás estás perdiendo el tiempo. Y paras.

Lo curioso es que, poco después de parar, vuelves a ello. Puedes pasar un día entero o dos o tres sin escribir, pero pronto oyes en tu cabeza la frase de Ray Bradbury —o crees que es de Ray Bradbury, porque nunca lo comprobaste—: «Solamente fracasas si dejas de escribir».

Y, al acordarte de esto te acuerdas también de que te decían que la gota de agua, con su constancia, acaba horadando la roca (y te animas, porque siempre te has considerado constante).

No obstante, a veces también te asalta el pensamiento de que quizás, más que constancia, la verdadera razón de que no dejes de escribir es el hábito: te has acostumbrado, desde que eras apenas un adolescente, a escribir en tus ratos libres y a darle vueltas en tu cabeza a versos, a argumentos o a esa parte de la obra que no te acababa de salir bien… ¿Y podrías ahora vivir sin todo eso? ¿Podrías pasar una hora, un día, un mes… o los años que te quedan sin hacer lo que para ti es tan normal?

Mas: ¿podrías leer un libro sin pensar «me gustaría escribir algo semejante»? Dicen que siempre se puede empezar de nuevo y sepultar en olvido el pasado… «Quizás», piensas… Pero te asalta la duda de a qué te dedicarás en adelante. ¿Al deporte acaso, que tanto te aburre?, ¿a salir con amigos y conocidos, cuyas triviales charlas te aburren todavía más?, ¿a los vicios, que los escritores clásicos decían que embrutecían y que no satisfacían las necesidades del alma?

Quizás sea el hábito lo que tira de ti, pero al punto te acuerdas de esta otra frase del gran Aristóteles: «Somos lo que hacemos repetidamente».



viernes, 23 de agosto de 2024

¿ESCRIBIR TEATRO ES COMO ESCRIBIR UN CUENTO?


Semejanzas entre el teatro y el cuento, y diferencias respecto de la novela

A algunos les hemos oído que es más fácil escribir una novela que una obra de teatro. Según dicen, la obra teatral se asemeja más a un cuento, en el que hay que ser breve y condensar la historia para sorprender al lector…, lo que no ocurre en la novela, que, por su extensión, permite que tanto la historia como el efecto que busca producir se demoren y se dosifiquen.

Aunque a primera vista tal afirmación puede parecer acertada, en el fondo resulta más que discutible: que las obras teatrales sean, por lo general, breves (de una, dos o, como mucho, tres horas de duración) no significa que todas las obras teatrales sean necesariamente breves —como sí que lo son todos los cuentos—. Más: la brevedad de la mayor parte de las obras de teatro no trae sino causa de la influencia del teatro grecolatino, en el que la duración de la representación estaba fijada en algo más de una hora, pues versaba, como asienta Aristóteles en su Poética, sobre hechos que, en la realidad, ocurrirían en un día y en lugares poco alejados entre sí; y que, aunque hace ya siglos que se haya roto con los convencionalismos aristotélicos, este todavía perdura. Es cierto que suele objetarse que la brevedad no es un residuo aristotélico, sino una necesidad para facilitar la representación, pero olvidan quienes esto alegan que la gran duración de una obra dramática no constituye un obstáculo insalvable para su representación. Ahí están los famosos Misterios medievales, con decenas de miles de versos, cuya representación duraba varios días, como si primitivas series televisivas fueran. Y ahí están obras tan recientes como Gatz (adaptación de la novela El gran Gatsby), de la compañía estadounidense Elevator Repair Services, que dura cerca de seis horas.

Por otra parte, tampoco la condensación parece una característica esencial del género dramático. Antes al contrario, si bien se examina, parece más propia de la novela y del cuento que del teatro, ya que en aquellos el autor puede evitar todo lo que se le antoje de escaso interés, despachándolo con breves líneas, para centrarse en lo que sí que le parezca digno de contarse, no se puede hacer lo mismo —o no en la misma medida—, en la obra dramática, en la que es fuerza que los diálogos sean largos y que se pase de un asunto a otro con cierta continuidad; y, aunque modernamente el uso de focos y oscuros y la introducción de narradores puede ayudar a obviar algunas de estas dificultades, nunca se podrá hacer como en el género narrativo, ya que la obra dramática resultaría, en tal caso, excesivamente fragmentaria y, por tanto, menos atractiva.