Alguna que otra vez has pensado en dejar de escribir.
No han sido muchas, ciertamente, porque no eres de los que a la primera dificultad se rinde…
Pero es inevitable que te asalte la tentación: te paras a pensar que llevas ya bastantes años escribiendo —te lo notas en las muchas canas que te han salido— y que aún no consideras tu trabajo digno de publicar.
Entonces das en que quizás estás perdiendo el tiempo. Y paras.
Lo curioso es que, poco después de parar, vuelves a ello. Puedes pasar un día entero o dos o tres sin escribir, pero pronto oyes en tu cabeza la frase de Ray Bradbury —o crees que es de Ray Bradbury, porque nunca lo comprobaste—: «Solamente fracasas si dejas de escribir».
Y, al acordarte de esto te acuerdas también de que te decían que la gota de agua, con su constancia, acaba horadando la roca (y te animas, porque siempre te has considerado constante).
No obstante, a veces también te asalta el pensamiento de que quizás, más que constancia, la verdadera razón de que no dejes de escribir es el hábito: te has acostumbrado, desde que eras apenas un adolescente, a escribir en tus ratos libres y a darle vueltas en tu cabeza a versos, a argumentos o a esa parte de la obra que no te acababa de salir bien… ¿Y podrías ahora vivir sin todo eso? ¿Podrías pasar una hora, un día, un mes… o los años que te quedan sin hacer lo que para ti es tan normal?
Mas: ¿podrías leer un libro sin pensar «me gustaría escribir algo semejante»? Dicen que siempre se puede empezar de nuevo y sepultar en olvido el pasado… «Quizás», piensas… Pero te asalta la duda de a qué te dedicarás en adelante. ¿Al deporte acaso, que tanto te aburre?, ¿a salir con amigos y conocidos, cuyas triviales charlas te aburren todavía más?, ¿a los vicios, que los escritores clásicos decían que embrutecían y que no satisfacían las necesidades del alma?
Quizás sea el hábito lo que tira de ti, pero al punto te acuerdas de esta otra frase del gran Aristóteles: «Somos lo que hacemos repetidamente».
No hay comentarios:
Publicar un comentario