Hace meses que te rondan algunas ideas por la cabeza.
Es el proyecto confuso de una nueva obra; aunque, más que proyecto, retales, trozos, fragmentos que parecen apuntar a algo.
Sin embargo, los intentos por ensamblar esos pedazos en un todo coherente han fallado.
Barruntas que los resultados que se te ocurren son historias aburridas, sosas, poco originales…
—Quizá si se le pudiera poner una estructura singular y nueva, la historia parecería otra cosa —piensas—. Como un cuadro al que se le coloca un marco diferente, y, entonces, el cuadro parece diferente.
Pero no encuentras esa estructura nueva, sorprendente y deslumbrante que dará interés a algo que por sí no lo tiene.
—¿Es posible escribir una obra literaria realmente nueva y original en la actualidad?
Si todo está ya inventado, ¿cómo sorprender al lector con una historia que no haya leído antes, con unos personajes que no sigan patrones conocidos, con un estilo que no sea una copia de otro autor? ¿Cómo evitar caer en la repetición, en el plagio, en la mediocridad?
Además, en la era de la información hay miles de libros, películas y series que cuentan un sinfín de historias con un sinfín de estilos; y todos ellos necesitaron unas gotas de originalidad, gotas a las que tú no podrás recurrir, salvo para inspiración.
Y no falta el fantasma del plagio involuntario. Las obras que te han influido pueden haberlo hecho de una manera más subliminal de lo que supones.
Así, por ejemplo, un día se te había ocurrido un conato de estructura, y a las pocas semanas viste en una película antigua algo que se le asemejaba. No era exactamente idéntico, pero se le asemejaba.
Y esto último te hace acordarte del versículo: «Nada nuevo bajo el sol».
No hay comentarios:
Publicar un comentario