viernes, 27 de enero de 2023

EL JOVEN POETA

 

Que un poeta ha de producir su gran obra antes de los treinta años es un tópico. No se cumple siempre.

     Uno de los tópicos literarios que suelen oírse es que la poesía es un género esencialmente juvenil, ya que depende de la pasión, el arrojo, la esperanza y la fantasía —todo ello muy propio de los primeros años de la vida del hombre—, a diferencia de la narrativa y el teatro, que requieren del orden y la disciplina que da el paso los años. Por eso suele concluirse que quien no ha escrito un gran poema antes de los treinta años es probable que ya no lo escriba nunca; y, a la inversa, que quien crea que ha escrito una buena novela o un buen drama antes de esa edad, en realidad, no ha escrito algo tan bueno.

     Pero, como ocurre con todos los tópicos, ni aciertan del todo ni fallan tampoco del todo, pues hay casos de poetas que triunfaron muy jóvenes y casos de poetas que brillaron toda su vida.

     Así, por ejemplo, los grandes líricos romanos Tibulo, Catulo y Propercio murieron con poco más de treinta años, dejando tras de sí el conjunto de poesías por el que son universalmente recordados; Baudelaire y Walt Withman empezaron a publicar sus poemarios —Las flores del mal y Hojas de Hierba— con 36 años (que recogían poemas de muchos años antes); Arhur Rimbaud dejó de escribir con 20 años; Gustavo Adolfo Bécquer y Miguel Hernández murieron, al igual que los romanos antes mencionados, con poco más de treinta años; y Pablo Neruda escribió sus Veinte poemas de amor y una canción deseperada, su obra más famosa, con 19 años…

     Por el contrario, otros poetas como Publio Ovidio Nasón, Lope de Vega, Pierre de Ronsard, Antonio Machado y Jorge Luis Borges estuvieron escribiendo grandes obras líricas hasta poco antes de su muerte; y Juan Ramón Jiménez publicó Espacio, el que se considera su mejor poema, con sesenta años (poco más de diez años antes de morir).

     Lo dicho: que lo de que el poeta ha de estar animado por el impulso juvenil es un mero tópico.




lunes, 16 de enero de 2023

EL IMPULSO

 

El escritor a veces siente el impulso creador, pero, por desgracia, se apaga pronto.


Sucedió con motivo de la conversación que tuviste con un amigo con quien te encontraste varios días seguidos.

Llevabas ya cinco años obsesionado con que habías alcanzado la madurez literaria y, por consiguiente, te dedicabas a corregir textos ya escritos en vez de a escribir cosas nuevas. Sin embargo, y sin saber ni cómo ni por qué, aquel amigo te inspiró una obra.

Y no una obra cualquiera. Una obra dialogada, como El abuelo de Pérez-Galdós o La Celestina de Rojas. Fue raro, porque desde tu juventud, en que habías cultivado los tres géneros literarios, te habías dedicado principalmente a la novela.

Empezaste a buscar los viejos textos teatrales de aquella época (en su mayor parte fragmentos que no habían cuajado en un drama completo) y, sin saber cómo, tu mente comenzó a enlazar unos con otros, a idear nuevos trozos, a tejer una historia como hacía años que no tejías.

Comenzaste a escribir como hacía años que no escribías: por la mañana y por la tarde, miles de palabras que casi salían solas. ¡Ya no te acordabas de lo que era escribir así!

Presa de este impulso pasaron una semana, dos, tres, cuatro… Sin embargo, a mediados del segundo mes el impulso comenzó a decaer.

Leíste algunos libros para recuperarlo. Las ideas ya no se convertían en palabras tan bien como antes, pero aguantaste hasta la octava semana.

Sin embargo, pasados los dos meses te diste cuenta de que habías cometido una contradicción muy gorda (como las de tantas obras que has escrito) y debías reestructurar una parte de la historia.

¡Y aquí sí que se acabó el impulso! Cada día que pasaba escribías menos palabras y menos te satisfacía. En una semana dejaste de escribir.

 

***

Han pasado ocho meses desde la conversación con tu amigo y dos y medio desde que abandonaste la pluma.

Escribiste como tres cuartos de la obra. Ocasionalmente, tienes ideas para lo que falta; pero no eres capaz de escribirlas: no son de la calidad de las que venían entonces.

Suspiras por aquel impulso, deseando que vuelva.

¿Habrán de pasar otros cinco años?



martes, 10 de enero de 2023

¿TÚ DE QUIÉN ERES?


Eteocles y Polinices se pelearon por el poder de Tebas. Según Eurípides, Eteocles era el tirano.


Según la mitología griega, Eteocles y Polinices eran hijos de Edipo y Yocasta, y hermanos de Ifigenia y Antígona.

Edipo, al nacer, había sido abandonado por su padre, el rey tebano Layo, porque un oráculo le había predicho que moriría a manos de su vástago.

Al crecer, y sin saber de sus orígenes, Edipo mata a Layo, libra a Tebas de la esfinge (gracias al famoso acertijo del animal que camina a cuatro patas al amanecer, a dos al atardecer y a tres al anochecer) y se casa con Yocasta, viuda de Layo y por ende, su propia madre.

Tras descubrirse todo, Edipo se saca los ojos y se destierra de su reino. La mayor parte de las versiones —aunque no todas— afirman que Yocasta se suicida.

Después de la partida del soberano, Eteocles y Polinices se reparten el poder: gobernarán cada uno un año. Sin embargo, surgen desavenencias entre los dos hermanos. Eteocles expulsa a Polinices y el desterrado forma un ejército y declara la guerra a Tebas. 

Al final, ninguno de los dos disfrutará la corona, porque se matan mutuamente en el combate.

El asunto fue tratado por Esquilo en Los siete contra Tebas (467 a.d.C.) y por Eurípides en Las fenicias (410 a.d.C.). En esta última, el trágico griego hace que Eteocles expulse a su hermano porque se ha enamorado del poder tras su primer año en el gobierno y no quiere compartirlo. Pinta a Eteocles como un tirano, si bien censura a Polinices que haga la guerra a su propia patria. En Los siete contra Tebas, Esquilo no habla de nada de esto. Menciona el destierro del hermano, pero Eteocles aparece como un hombre de Estado, preocupado por la suerte de su patria. Las desavenencias entre los dos hijos de Edipo se atribuyen a la maldición que pesa sobre la familia.

Sin embargo, la influencia de Eurípides en el teatro posterior ha difundido la idea que Eteocles es el malo de la historia. Quizás si esta influencia le hubiera correspondido a Esquilo, otro gallo habría cantado: probablemente los dramaturgos de otras épocas habrían hallado justificaciones para que Eteocles hubiera expulsado a Polinices en nombre del bienestar de la patria.

Y tú, amable lector, si ya estabas enterado de esto, ¿de quién eres? ¿De Eteocles o de Polinices?

 


lunes, 2 de enero de 2023

EL EXTRAÑO CASO DE MAIGRET Y EL ESCRITOR SIMENON

 

Georges Simenon creó al comisario Jules Maigret y lo dotó de una personalidad totalmente distinta de la del propio Simenon.


El escritor belga Georges Simenon, de quien ya hemos hablado en este blog alguna vez, dijo, cuando decidió dejar de escribir, que durante cuarenta y cinco años había vivido en la piel de sus personajes y que deseaba ya vivir su propia vida.

Pero, si bien se considera, quizás era al revés: quizás los personajes vivían en la piel de Simenon, ya que casi todos tenían un estilo de vida similar al de su creador, salvo el más famoso: el comisario Jules Maigret.

Así, a diferencia de Simenon, que —según él mismo confesó— tuvo más de diez mil amantes, el comisario Maigret era un individuo de moral intachable: en su vida no había más que una mujer, su esposa Louise Léonard, a la que era siempre fiel. Ello no obstante, una especie de maldición pesaba sobre el comisario: el no haber tenido hijos (a diferencia de los cuatro que tuvo Simenon). La entrañable Louise solamente había dado a luz una niña, que murió cuando todavía era muy pequeña. En la novela La agitada Navidad de Maigret, se puede ver cómo Maigret y, sobre todo, su esposa le dan a Collette, la niña protagonista, todo el amor que no le habían podido dar a su desaparecida hijita. Por paradojas de la vida, el propio Simenon experimentó algo similar tiempo después, ya que su hija Marie-Jo se suicidó con solo 25 años.

Otra circunstancia curiosa que a muchos se les pasa por alto cuando se acuerdan de Simenon y de Maigret es que ambos coincidían en la costumbre de fumar en pipa.

Las relaciones entre los dos son, sin duda, muy interesantes. Hasta los podríamos comparar con los famosos Jekyll y Mr. Hyde, de la novela de Stevenson, pues el doctor Jekyll de la novela de Stevenson creó al señor Hyde con una pócima; y Maigret, en cierta forma, también creó a su propio monstruo, a Simenon, con el pensamiento… Perdón, fue Georges Simenon quien creó a Jules Maigret.