En el artículo que dedicamos anteriormente
al teatro de Pedro Salinas contamos el argumento de las que pueden considerarse
sus obras más importantes. En este de ahora lo justo es que pongamos los
argumentos de las restantes, que, siendo quizás menos profundas, son más
poéticas y, por tanto, tienen gran belleza.
La
cabeza de Medusa
trata de un joven millonario que, acabada su formación, decide conocer lo que
es la vida real y elige para ello la sombrerería de un gran almacén —llamada,
precisamente, La cabeza de Medusa—.
Por dicha tienda ve como pasan varias personas con sus particulares historias
(que, en realidad, son la misma historia) y comprueba cómo todo lo que empieza
de manera aparentemente feliz acaba en frustración e infelicidad. A
consecuencia del triste espectáculo, el joven se muere (por analogía con la
mitología griega, según la cual quien contemplaba a Medusa quedaba convertido
en estatua).
El
chantajista
trata de un joven, Lisardo, que encuentra las cartas que se han escrito dos
novios, Eduardo y Lucila, quienes, por razones familiares, no pueden relacionarse
libremente. Lisardo decide chantajear a Eduardo, aunque lo que le pide no es
dinero, sino poder pasar un rato en compañía de Lucila, con la que se ha
fascinado al leer las misivas. Eduardo accede, si bien, al final, lo que
descubre es que, en realidad, él no existía: era Lucila disfrazada, quien había
inventado lo escrito en las cartas y las había «perdido» intencionadamente para
que las encontrase alguien que, leyéndolas, se enamorase de ella.
La
isla del tesoro
es similar a la anterior: en la habitación de un hotel se ha suicidado un
huésped, pero ha quedado allí el cuaderno en que escribía sus pensamientos. En
dicha habitación posteriormente se hospedará una joven, Marú, que es muy
inquieta y soñadora, la cual se va a casar con un joven un tanto gris. Al
descubrir el cuaderno y leerlo, le parece que el que lo ha escrito piensa y
siente igual que ella, por lo que se fascina con el desconocido; y, como los
del hotel no le revelan que ha muerto, rompe el compromiso con su novio y se
lanza a buscar al que ahora se le antoja el amor de su vida (a quien sabemos
que no encontrará nunca).
El
parecido:
el matrimonio formado por Roberto y Julia, con ocasión de su aniversario de
boda, va a cenar a un restaurante. Allí se topan con un misterioso comensal que
les recuerda por el aspecto a varias personas que en algún momento de su vida
ha significado algún peligro para su relación, aunque no saben quién es
exactamente. Al final, el comensal se levanta de la mesa y se va sin que casi
hayan cruzado palabra con él. Roberto y Julia le preguntan al camarero quién
era, a lo que el camarero les responde que en aquella mesa no se ha sentado
nadie, aunque lo más misterioso es que en el cenicero ha quedado la ceniza de
un cigarro que el misterioso individuo había fumado.
La
estratosfera: en una taberna llamada La estratosfera
se juntan varias personas: el poeta Álvaro, obreros que hablan de la
explotación de su clase social, un ciego que vende lotería con su nieta Felipa
y unos actores. Álvaro se fija en Felipa y, cuando el abuelo, que no se separa
de ella ni un instante, se pone a dormir en un rincón, la moza aprovecha para
acercarse a oír lo que le dice el poeta, a quien le revela que uno de los
actores, llamado César, la había deshonrado prometiéndole falsamente
matrimonio. Entonces, Álvaro se acerca a César y, como no lo consigue convencer
de que se case con Felipa, urde un plan para no entristecer a la muchacha: le
pide al propio César que le diga a Felipa que no es César, sino su hermano
gemelo y que César ha muerto en América mientras buscaba fortuna para volver y
casarse con la moza. La treta surte efecto y ella estalla de gozo al oír la
noticia, pero el gozo le dura poco porque advierte que su abuelo ha muerto
mientras dormía, lo que el poeta aprovecha para ofrecerse a ser su nuevo
acompañante (y se sobreentiende que su nuevo amante).
La
bella durmiente:
en una especie de hotel de montaña se aloja gente que no quiere que se sepa su
identidad, por lo cual, entre otras cosas, los huéspedes se registran con
nombres ficticios. Allí, un importante empresario que se hace llamar Álvaro se
encuentra con una mujer que se hace llamar Soledad y empiezan a enamorarse, si
bien la bonita historia es interrumpida por unos directivos de la empresa de
Álvaro que vienen a hablarle de los problemas que les está causando el pintor
que retrató a la modelo que les sirvió para una lucrativa campaña publicitaria
de colchones —a la que llamaron por eso La
bella durmiente—. A continuación, cuando Álvaro se reúne otra vez con
Soledad, descubre que es ella la famosa modelo. Le pide que se case con él,
pero ella dice que no puede hacerlo porque de alguna forma ya ha pertenecido a
todos los hombres a los que encandiló con la campaña publicitaria y, además, le
confiesa que odia al dueño de la empresa —a Álvaro, al que no reconoce— por
haberla convertido en lo que es ahora. Cuando la mujer se va, Álvaro,
apesadumbrado, acuerda resolver lo del pintor en beneficio de este, buscar a
otra modelo y pagarle a Soledad un buen sueldo para compensarla.
Ella
y sus fuentes: El profesor don Desiderio ha terminado y está a punto de dar a la estampa la
biografía completa de Julia Riscal, heroína de la independencia de su patria.
Está convencido de haber hecho un trabajo exhaustivo de cotejo de las fuentes,
pero se le aparece el fantasma de Julia y le revela que todo lo que se cree
sobre ella es fruto de equivocaciones o casualidades, que ni siquiera trataba
de desencadenar un movimiento de liberación nacional y que los enemigos la
mataron casi por casualidad, porque ella trataba de encubrir a otra muchacha,
Jesusa, que sí que tenía tratos con los libertadores. Don Desiderio se
trastorna: ¡con las fuentes que hay no se puede corroborar lo que dice el
fantasma, que es, paradójicamente, la verdad! Julia entonces le propone que se
vaya con ella, cosa que el profesor hace, es atropellado por un automóvil y se
muere; pero queda su obra, que se publicará, por lo que se perpetuará el error.
Sobre seguro: es una obra sobre el dinero y la ambición. Los jefes de las compañías
aseguradoras se quejan de la poca afición que tiene la gente a los seguros de
vida (recordemos que tal tipo de contrato se inventó a mediados del siglo XIX y
la obra está escrita en la primera treintena del XX), por lo que deciden hacer
que muera uno de sus clientes (un joven retrasado mental llamado Ángel, al que
consideran inútil para la sociedad) y pagar a la familia las cantidades
convenidas, demostrando así cuán maravillosos son los efectos del seguro. No
obstante, cuando ocurre la muerte, Petra, la madre del joven se niega a recibir
el dinero, y ello contra la voluntad de su marido y de sus otros hijos Águeda y
Eusebio, quienes quieren cobrar para resolver los problemas económicos que cada
uno de ellos tiene. Los jefes de las compañías aseguradoras le dejan los
billetes encima de una mesa y hasta el mismo dinero, personificado, le habla a
Petra para tentarla. Pero ella se resiste y se aferra a la idea de que su hijo
está vivo, ya que el cuerpo no ha aparecido. Al final, Ángel, en efecto, aparece
y se reúne con su madre; y, tras quemar el dinero, ambos deciden escapar de la
casa (no se sabe muy bien si escapan para morir a continuación). Los tres de la
familia que quedan, por su parte, firman un nuevo contrato conforme al cual, si
le pasa algo a uno de ellos en el plazo de diez años, los otros dos recibirán
una sustanciosa cantidad, lo que induce a sospechar que pudieran hacerse daño
entre sí, sobre todo el hijo al padre, por ser este ya viejo y no extrañarle a nadie que fuese el que muriese.
El
precio: en la casa del doctor Jordán este y su hija han alojado a una muchacha
que no recuerda su pasado ni su nombre siquiera, y a la que han dado en llamar
Alicia. Quién sea la misteriosa muchacha nadie lo sabe. Y así por la casa
desfilan un inspector de policía, que cree que Alicia es la autora de un
asesinato que ha ocurrido cerca de allí, un marido que busca a la esposa que lo
abandonó y, al final, un escritor, que busca a uno de sus personajes. Al
encontrarse cara a cara el escritor y Alicia, Alicia muere, con lo que demuestra que, en
efecto, era el personaje (y se muere, precisamente, porque le debía a su autor
un precio: el de tener vida).