Además de escritores de brújula y de mapa, siempre te han dicho que hay otras dos clases de escritores: los que se centran en hablar sobre la sociedad del tiempo que les ha tocado vivir, con sus peculiares conflictos e inquietudes —los escritores de circunstancias—; y otros que lo que buscan es mostrar el alma humana, por lo que, en teoría, tratan temas universales y eternos —los escritores clásicos—.
A los primeros, por lo general, no se los tiene en buena estima, ya que se considera que, una vez pasadas las circunstancias históricas que determinaron su quehacer literario, sus obras pierden interés y, lo que es peor, se vuelven en su mayor parte ininteligibles (al tratar de personajes e instituciones que ya no existen), por lo que se convierten en piezas de museo, dignas solamente de la atención de los curiosos o de los estudiosos.
Y, si te paras a pensar, caerás en la cuenta de que ni siquiera han de transcurrir decenios o siglos para que ocurra esto: cuando la obra de circunstancias versa sobre política, bastan cuatro años —o lo que es lo mismo, unas elecciones— para que cambien de todo en todo los protagonistas y los conflictos.
No obstante, si piensas un poco más, caerás también en la cuenta de que muchas de las obras que hoy en día se consideran clásicas, son, en realidad, obras de circunstancias: las comedias de Aristófanes, por ejemplo, se burlaban de personas e instituciones de su época; y, por seguir con los antiguos griegos, las grandes tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides tenían por finalidad última la veneración de los dioses paganos; el Quijote era una sátira de los libros de caballerías —y tales libros hoy a nadie le interesan—; las comedias y tragedias de la época del Grandeur francés ensalzaban el absolutismo… Y, si nos acercamos más a nuestro siglo, ¿negará alguien que Charles Dickens, que también se cuenta entre los clásicos, se centraba en disparar contra las desigualdades de la época victoriana? ¿O quién dirá que George Orwell en Rebelión en la granja o 1984 no pretendía criticar un régimen político determinado —que, además, de entonces acá ha caído—?
¿Qué conclusión has de sacar, entonces? Pues que la distinción entre autores de una y otra clase no siempre es fácil de establecer, y que, como suele pasar en el mundo literario, habrás de atender al cómo y no al qué.
Si el autor sabe combinar lo concreto con lo universal haciendo que aquello esté al servicio de esto, podrás decir que tienes ante ti a un autor clásico.
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