viernes, 16 de diciembre de 2022

DIVAGANDO SOBRE SÓFOCLES Y EURÍPIDES


Ifigenia en Tauride, de Eurípides, y Crises, de Sófocles, plantean problemas en cuanto a su relación.


Sófocles y Eurípides son dos de los tragediógrafos griegos más conocidos universalmente. Por desgracia, solo han sobrevivido unas pocas obras de las muchas que compusieron.

De las tragedias de Eurípides que han llegado hasta nosotros hay una en particular, Ifigenia entre los tauros o Ifigenia en Tauride, que siempre ha atraido a los críticos porque cuenta una versión muy rara del mito correspondiente: que Ifigenia no fue sacrificada en Aulide para favorecer que los barcos griegos llegasen a Troya, sino que fue raptada por la diosa Artemisa (Diana) y llevada a un templo que tenía dicha diosa en la actual Crimea, donde se dedicaba a sacrificar a todo extranjero que se pasase por allí. El hermano de Ifigenia, Orestes, y su amigo Pílades, que son enviados a robar la estatua de Artemisa, se encuentran con Ifigenia, la rescatan y se la llevan de vuelta a su patria.

Según los críticos, todo esto se lo inventó Eurípides, ya que no hay nada en la mitología griega que le pudiera servir de base (recordemos que las tragedias se escribían acerca de los héroes de los mitos, si bien el escritor gozaba de bastante libertad para componerlas).

La dificultad que ofrece esta teoría —que es la de la mayor parte de los estudiosos— estriba en cómo compaginar el argumento de la obra de Eurípides con el de otra obra —por desgracia, perdida— de Sófocles, titulada Crises, anterior a la de Eurípides. Crises era un hijo ilegítimo que Agamenón (el padre de Orestes y de Ifigenia) había tenido con la hija de un sacerdote de Apolo, sacerdote también llamado Crises.

Según la versión más extendida del mito de Crises (que es la de Antonino Liberal e Higinio, autores muy posteriores a Sófocles y a Eurípides), los ya mencionados Orestes y Pílades, tras robar la estatua de Artemisa y rescatar a Ifigenia, mientras trataban de huir de los tauros y del rey de estos, llamado Toante, hicieron escala en la isla en que ambos Crises ejercían su ministerio sacerdotal; y entonces el viejo Crises le revela a su nieto que los recién llegados son sus parientes y que debe salvarlos, por lo que, entre todos, se las ingenian para matar a Toante y escapar. Esta versión es la que constituía el argumento de otra tragedia del romano Pacuvio —perdida— titulada también Crises y que siempre se ha dicho que debía de estar copiada de la homónima de Sófocles… Pero, y aquí viene la pregunta desconcertante, ¿cómo puede ser ese el mismo argumento que el de la tragedia de Sófocles si lo de Ifigenia en Tauride y aun lo del robo de la estatua de Artemisa se lo inventó Eurípides y, para más inri, tiempo después de escribir Sófocles su Crises? ¡No tiene sentido!

Por eso algunos han dado en que quizás el Crises de Sófocles contara una historia muy distinta. Algunos suponen que recogía otra versión del mito, según la cual, Agamenón con la hija de Crises no había engendrado a un varón, sino a una mujer, que, precisamente, era Ifigenia; por tanto suponen estos estudiosos que el Crises de Sófocles tal vez contara la historia del viejo Crises, que iba a reclamarle a Agamenón que le entregase a su nieta (o algo así).

Sin embargo, quizás no haya que retorcer las cosas tanto para hallar la solución al problema: quizás, en la versión más vieja del mito (hoy desconocida por nosotros, pero no por Sófocles en su día) Orestes y Pílades (y quien dice esto dice también Orestes solo o en compañía de otras personas distintas) sí que iban a Tauride a algo (quizás relacionado con Artemisa, ya que se sabe que había allí un templo indígena dedicado a una deidad femenina que se identificaba con dicha deidad griega) y, sin que apareciese Ifigenia por ninguna parte, enojaban a los tauros y, en la huida, se encontraban con los dos Crises, que los salvaban al ser el más joven, en efecto, hijo de Agamenón y hermanastro de Orestes. Esto habría justificado que encajase en el mito antiguo fácilmente todo lo que le añadió Eurípides y que ha quedado para la posteridad.



lunes, 12 de diciembre de 2022

DE NEOCLASICISMO Y PAREADOS

 

Hay tragedias neoclásicas españolas que se escribieron en endecasílabos pareados.


Las grandes tragedias francesas del neoclasicismo se escribieron en verso, en pareados alejandrinos. Una idea de cómo sonaría esto en la lengua española se puede formar leyendo la traducción de Princivalle del Tartufo de Molière.

Sin embargo, las tragedias españolas de ese mismo período (y las traducciones de las francesas) se escribieron en romance heroico (Alí-Bek, de María Rosa de Gálvez; Británico, Tomás Sebastían y Latre) o normal (Andrómaca, obra de una dama anónima).

A este respecto llaman la atención las obras de José Cadalso: Don Sancho García, conde de Castilla y Solaya o los circasianos, escritas en pareados endecasílabos.

Como todo aficionado a la poesía sabe, el hemistiquio en los versos de más de once sílabas es una especie de pausa. En realidad, el verso se divide en dos partes. En el caso de la traducción de Princivalle:


«Todos me consideran / como persona honrada,

pero la verdad pura / es que no valgo nada».


Es como si se pusiera:


«Todos me consideran

como persona honrada,

pero la verdad pura

es que no valgo nada».


Sin embargo, en los versos endecasílabos no hay tal pausa:


«¡Oh, terrible amenaza, tente, espera...!

¿Qué dirá este papel? ¡Suerte severa!

¡Qué susto da su vista! ¡Y qué tormento,

al leerle, temblando experimento!

Parece que una mano oculta y fuerte

(¡oh funesto papel!) me quita el leerte.

Leeré para salir de mis recelos.

¿Qué densa nube se interpone, ¡oh cielos!,

entre mi débil vista y tus renglones?

Salgamos con valor de confusiones;

bebamos de una vez todo el veneno

con firme labio y corazón sereno.

No tiembles, mano, vista no te alteres;

porque vea Almanzor que las mujeres

no tienen menos brío que los hombres.

Atiende, corazón, y no te asombres.

Mas ¿cielo, qué he leído? ¿Si me engaño?

Si grande fue el temor, mayor el daño.

¡Oh bárbaro Almanzor, indigno amante!,

¿qué daño has de temer de un tierno infante?

¿Del ídolo de amor, deidad demente,

será mi hijo víctima inocente?

¿Aceptarás mi mano ensangrentada

en el seno filial, ¡ay Dios!, manchada?».


Tras más de mil versos así, el efecto que se produce en el lector o espectador es, cuanto menos, curioso.



Bibliografía


MOLIÈRE. Tartufo/ Don Juan o El convidado de piedra. Traducción de Carlos M. Princivalle. Madrid. Espasa-Calpe, 1975.

JUAN RACINE. Británico. Tragedia. Traducida en prosa castellana por don Saturio Iguren y puesta en verso por don Tomás Sebastián y Latre. Zaragoza, imprenta de Francisco Moreno, 1764.

UNA DAMA DE ESTA CORTE. Poesía varias, sagradas, morales, y profanas o amorosas con dos poemas épicos en elogio del capitán general D. Pedro Cevallos. Madrid, imprenta real, 1789.

JOSÉ CADALSO. Don Sancho García conde de Castilla. Madrid, imprenta de Isidoro de Hernández Pacheco, 1785.

MARÍA ROSA DE GÁLVEZ. Alí-Bek, tragedia original en cinco actos. Madrid, en la oficina de Benito García y compañía, 1801.

 

 

lunes, 5 de diciembre de 2022

LA ETERNA CONTRADICCIÓN


Por más que se corrija una obra literaria, nunca se hallará perfecta la próxima vez que se lea.


Te has puesto a corregir una de tus obras por séptima vez.

Todo iba bien hasta que, en la página XX, has encontrado una contradicción con algo de la página VI.

En la cuarta corrección habías modificado ligeramente el lugar donde transcurría la acción, porque de lo contrario se producían incoherencias con algo que acontecía a partir de la página XV. De estas incoherencias no te habías percatado ni durante la escritura del original ni en la primera corrección ni en la segunda ni en la tercera…

Pero se te olvidó, al hacer esa cuarta modificación, lo de la página VI.

¿Por qué no me di cuenta de lo que he descubierto hoy en la cuarta corrección o en la quinta o en la sextapreguntas, ¿por qué?

Y la desazón te invade.

¿Tan mal escritor soy? ¿Estaré encontrando contradicciones e incongruencias todas las veces que corrija esta obra?

Y añades:

En mis otros escritos también me han acontecido cosas similares. ¿Nunca pasará una corrección sin que no encuentre ni una sola falta?

Según el romano Horacio, había que leer y borrar mil veces, pero los literatos actuales afirman que ha de llegar un momento en que se diga «¡basta!».

Lo sabes, aunque te lamentas de que no se cumpla el refrán «a la tercera va la vencida».