Se suele afirmar que el auge del cine y de la televisión en el siglo XX produjo el declive de las representaciones teatrales. Este declive se ha acentuado con el desarrollo de Internet en el siglo XXI, ya que es una clase de tecnología que aumenta la oferta de entretenimiento en casa.
La adaptación de novelas a la pantalla parece haber desechado que se hagan programas como Estudio 1, de Radiotelevisión Española, que consistía en la representación televisada de tragedias, dramas y comedias.
En este sentido, algunos tristemente se aventuran a predecir el fin del teatro. Según ellos, no tiene sentido continuar escribiendo textos para algo que acabará desapareciendo. Sin embargo, sus vaticinios se basan en la idea de que el texto dramático está orientado tan solo a la representación, como si no pudiese leerse independientemente, como si no fuese también una obra literaria.
Baste como ejemplo de esto último El abuelo, de Pérez Galdós y La casa de Aizgorri, de Pío Baroja. Ambos textos están escritos a la manera de obras teatrales, pero se llaman «novelas» por su gran extensión. Alguien puede alegar que las acotaciones son más largas y descriptivas; pero también Valle-Inclán, en La marquesa Rosalinda incluye acotaciones en verso y nadie la ha llamado jamás «novela dialogada».
¿Por qué no se pueden leer las demás obras de teatro como si fuesen El abuelo o La casa de Aizgorri?